sábado, 27 de febrero de 2010

TERREMOTO DEL CUSCO - 1650



"Estando la ciudad del Cuzco con algún contento por haber pasado el más riguroso invierno de aguas que jamás vieron los antiguos pues en seis meses no dejó jamás de llover poco o mucho, y habiendo ya cesado por término de veinte días y por las calles y plazas enjuntas: el día 31 de marzo a las dos de la tarde, vino derrepende tan gran temblor que todos salieron huyendo a las plazas y calles llenos de confusión, sin saber a dónde acudir, pues ni el marido cuidaba de su mujer, ni la mujer de sus hijos, sino cada cual procurando escapar la vida. Duró el temblor más de medio cuarto de hora, asolando en tan breve tiempo todos los templos que eran de los mejores del Reyno de manera que no quedó ninguno a donde poder oír misa y todas las casas del pueblo, asimismo arruinó y echo por el suelo, las que quedaron en pie, tan maltratadas, que no es posible entrar en ellas, sino derribarlas, por el riesgo que están amenazando con su caída. Sosegado el temblor fue la confusión mayor, porque andaban los hombres como locos, por las calles en cuerpo y las mujeres sin mantos, buscando a sus mujeres e hijos, los hermanos a sus hermanas, los amigos a los suyos, con tanto alarido y gritos que parecía día de juicio, y más cuando fueron reconociendo los Templos por el suelo, tanto que en San Francisco, se estaba haciendo una iglesia nueva de las obras más insignes que se han visto en este Reyno y en que se había gastado gran suma de ducados y la dejó de manera que no puede servir lo edificado en ella, después de haber echado por el suelo la Iglesia vieja, y todo el Convento: y lo mismo obró en la obra nueva de la catedral, con que será menester derribar la mayor parte de ella, cosa de gran lástima. En Santa Clara cayeron algunos cuartos y celdas, lastimó algo la Iglesia, derribó la torre. El Hospital de los Naturales cayó a pique, con todo el coro y la Iglesia y solo reservó la Sala de los Enfermos misericordia grande de su Divina Majestad. El Hospital de los Españoles fue la casa que menos atormentó que parece miró Nuestro Señor era de pobres y así uso de misericordia con ella. La Compañía de Jesús participó de grande estrago, pues vino al suelo la Iglesia y todo lo mas del claustro quedando sin celda ninguna, donde poder hospedarse los Padres: Santo Domingo padeció el golpe de la mayor desdicha, pues quedó el templo (siendo el mejor y el más hermoso), por el suelo, abriéndose hasta las bóvedas debajo de tierra, sin quedar en pie claustro, celda, ni cocinas y fue forzoso irse los padres a vivir a la huerta donde tienen colgados sus pabellones. I con toda esta ruina solo padeció un religioso Procurador del Convento, llamado el Padre Vallejo.

Tratamos ahora lo que sucedió para aplacar la ira del Señor. Ordenó el Cabildo de la ciudad y el de su Santa Iglesia que a las cuatro de la tarde, saliese una procesión de la catedral con el Santísimo Sacramento, que dio la vuelta a la plaza, concurriendo en ella todas las Religiones y los dos colegios y después la colocaron en un tabernáculo en la Plaza con mucha cera, llegó la noche y salieron dos procesiones, la una de la Merced con la imagen Milagrosa de Nuestra señora de la Soledad, que es el mayor Santuario que hay en el Cusco, dio la vuelta a la plaza y a la de la Compañía de Jesús, volviendo cerca de su casa, por estar caído el Convento, la colocaron frente a la Puerta Principal y hubo mujer que le dio una cadena que vale 500 pesos y a este tono muchas mujeres conforme a su posible y entre comediantes que están aquí dieron 800 pesos en plata y joyas que edificó mucho. Salió pues el orden de San Juan de Dios, con el Santo Cristo de su casa que es el de mayor veneración que hay en el Perú, y le pusieron en la Plaza al lado de su Santísima Madre, donde estuvo hasta la mañana, con gran cantidad de cera, donde acudió gran concurso de gente, porque todos lo pasaron en la plaza sin que hubiese hombre que se hallase con género de abrigo, pues el más prevenido, solo se halló con su capa y en las tres plazas estuvieron predicando toda la noche, y en diciendo al predicador misericordia eran tantas las lágrimas, alaridos y sollozos que parecía que se acababa el mundo, y que era el día del juicio llegado, y entre estas confusiones amaneció el Viernes, el cielo claro y sereno repitiendo cada media hora más o menos un temblor que aunque no tan grandes como el primero quería Nuestro Señor, de todo punto acabar esta ciudad. Este día a la tarde volvieron el Santísimo a su casa y el Santo Cristo al Hospital porque parecía había amainado la justicia de Dios, quedando en cada plaza dos o tres altares, donde hicieron grandes actos de contrición, pidiendo a voces misericordia, confesándose unos en pie y otros de rodillas y muchos a voces sus pecados, causando mucho horror y espanto al corazón más duro y al fin eran tantos los clamores de la ciudad que penetraban los cielos. Pasó la noche y amaneció el Sábado con la misma continuación de temblores y los enemigos se echaban por el suelo de rodillas, pidiendo perdón a los prójimos con infinitas lágrimas, los unos y los otros y se casaron más de cien hombres con sus amigas y muchos que no hacían vida con sus mujeres las buscaban y ellas a ellos y tratando de vivir en paz y cristiandad, haciendo vida maritable y muchos que habían levantado falsos testimonios pidieron perdón a voces y en público. Causando admiración y espanto a los presentes. Y viendo la continuación de tantos temblores y que la Iglesia Mayor se empezaba abrir por el Coro, determinaron los dos cabildos, a sacar el Santísimo Sacramento a la plaza y hacer una procesión general de penitencia, donde salieron todas las religiones y clérigos en que irían de mil personas para arriba penitentes con mucha disciplina y penitencias extraordinarias y nunca vistas y así como la catedral hizo seña que serían las cuatro de la tarde, fue saliendo la orden de la Merced, descalzos y sin capillas cubiertos de cenizas, sogas en la garganta, mordazas en las lenguas, cargados de cadenas y grillos, capitaneando su comunidad, el Comendador con un Cristo en una mano y una calavera en la otra y una soga a la garganta, haciendo remate el Padre Maestro Bilches, sus vestidos de la misma manera. Entró luego el Prior de San Agustín con sus frayles haciendo las mayores penitencias que jamas han visto hombres, pues parece imposible el creerlo, si no es habiéndolo visto.

Detrás de ellos entraron los dos Colegios cubiertos de cenizas consiguientemente los dominicos y los padres de la Compañía de Jesús y por otra parte los religiosos de San Juan de Dios. I a lo último los religiosos de San Francisco, con la Comunidad de los Descalzos, con infinitas y diversas penitencias desnudos de medio cuerpo para arriba, cubiertos de ceniza cargados de cadenas y grillos, muchos cilicios y mordazas en la boca y su guardia detrás con una corona de espinas clavadas en la cabeza y detrás de él su Provincial el padre Fray Juan de Herrera, desnudo cargado de cilicios y una soga al pescuezo, tirando de ella un religioso novicio que iba diciendo en altas voces: esta es la justicia que manda hacer Dios Nuestro Señor, a este mal hombre pues sus grandes pecados ha venido la ruina de la ciudad. Y con este pregón eran tantos los alaridos y lágrimas de todo el pueblo que parecía se acababa el mundo.

Salió todo el Cabildo Eclesiástico descalzos y cubiertos de ceniza con grandísima devoción y se hizo esta procesión con la mayor suspensión y penitencia que han visto los mortales, acabando a la oración, ando fin al otro mal ejemplar, retirándose la gente a sus toldos y pabellones, y el punto el cielo se fue cubriendo en nublados y oscuridad horrible y a las ocho de l anoche empezó a temblar reciamente que presumieron que la ciudad de todo punto perecía, pues solo se aguardaba se abriese la tierra y nos tragase. Eran las voces y el rumor tan grande que cedió a todo lo pasado a qué con el susto de la noche pasada se doblaron los pesares, aquí fueron las lágrimas sin número porque cada uno pensó era su fin llegado. Las mujeres preñadas mal parían en las plazas; todo era horror y asombró acudiendo cada uno a pedir misericordia a los altares donde fervorosamente estaban predicando. Sosegóse este alboroto como de una hora; y dentro de otra volvió otro temblor muy recio, con que se hizo el mismo sentimiento: calmó esta miserable tragedia a la una de la noche y amaneció el Domingo todo sosegado y quieto y todos fueron a dar gracias a Dios por verse libres de tal pena y a las once del día volvió a temblar dos veces, en término de media hora, con que se pasó la tarde en semanas y actos de contrición.
Y entre los que predicaron aquella tarde fue uno el Padre fray Sancho de Horma, Prior de San Agustín que admiró al mundo: llegó la noche con tanta oscuridad, truenos y relámpagos que nos recogimos cada uno a su toldo y de improviso vinieron dos temblores tan recios que acabaron de derribar las casas que quedaron atormentadas de los pasado y para alivio de tantos trabajos y calamidades cayó un aguacero tan grande que duró toda la noche, con que después de haberse perdido todos los edificios y casas se perdió la ropa y todo lo demás que en ellas había enterrado, que importará gran suma de hacienda. Asimismo se anegó todo lo que se había sacado a las plazas en sus pabellones, pasando mil incomodidades, pidiendo a Nuestro Señor se sirva de aplacar la espada de la justicia y a la noche se repitieron dos temblores unos tras otros.

Amaneció el martes el cielo sereno y sin temblar, por espacio de dos horas y ha esta hubo uno de los más recios que ha habido y hasta ahora son 123 temblores que ha habido en seis días que a que dura este castigo sin haber cuando la Divina Majestad será servido de aplacar su ira. Es esta cuidad siendo de las primeras de este Reyno tan asoladas que es compasión y causa horror mirar las calles donde había tantas casas que eran de tan grandiosa fábrica y tantos edificios grandiosos, todos por el suelo sin esperanza de que se vuelvan a edificar, así por imposibilidad de los vecinos, como los que podían tener algún alivio, por ser encomenderos, han quedado también imposibilitados por esta parte porque todos los pueblos de indios de muchas leguas alrededor de eta ciudad, han padecido de la misma calamidad y ruina, quedando destruidos asolados sin que en los más de ellos haya quedado Iglesia, ni casa en pie, los cerros se han desgajado en grandes partes, los campos y caminos se han abierto y hechos grandes socavones brotando por todo ellos volcanes de agua colorada y en otras partes envuelto con gran cantidad de arena y no sabemos en que ha de parar.

En fin sobre tanta ruina ha sido grande la misericordia de Dios, pues las muertes de españoles no llegan a diez y las de los indios e indias llegaron hasta ciento y no ha muerto persona de consideración y siendo así que si sucediera el temblor primero de noche, fueron pocos los que hubieran quedado vivos. Ha parado el castigo hasta hoy, solo en las ruinas de las casas quiera su divina Majestad darnos gracia para enmendar la vida y salir de los pecados que ocasiona este castigo.

Abrióse la cárcel el segundo día de los temblores y soltaron los presos, así porque el tiempo pedía alivio para todos, porque no se les cayese la cárcel a cuestas. Folios Nos. 124/127 del Libro titulado "Lo contenido en este tomo intitulado sucesos del año 1650, está a lo último por orden Alfabético. Manuscritos de América. Archivo Histórico de la Biblioteca nacional de Madrid".

Manuel Cuadros - 1957

http://peruhispanico.blogspot.com/2007/06/cusco-imperial-en-escombros.html

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